Por Billy A Gasca
A finales de los 80´s y Durante los 90´s fui testigo como muchos de las medidas dictadas por el entonces presidente Pérez y Caldera que incluyeron represión, violencia de Estado y vulneración de los derechos humanos fundamentales que marcaron sin duda alguna mi niñez y mi vida de estudiante.
Una de las experiencias que recuerdo con especial miedo fue la de tener que encerrarnos obligados en nuestra casa cuando entraba en vigencia un régimen de lo que conocemos como toque de queda que no es más que la imposibilidad de gozar del derecho al libre tránsito, al de reunión y libertad de expresión. Bajo las instrucciones de nuestros padres mis hermanos y yo teníamos negada la posibilidad de salir de nuestra habitación, pero con esos visos de rebeldía lograba escaparme de la vigilancia de mis hermanos mayores e intentaba fallidamente abrir un poco las ventanas de la vieja casa en Santa Lucia, y cuando lo hice, los soldados apostados en cada esquina – y mi casa quedaba en esquina- golpeaban la madera del ventanal en señal de que debía desistir de querer ver los camiones del ejército y de la policía llevarse a estudiantes, madres trabajadoras, hombres humildes a quienes no le daba tiempo llegar a sus hogares y recibían el respectivo vejamen a nombre del gobierno por no acatar la medida, además de tacharlos de conspiración.
Estoy casi seguro que mi interés preferente por seguir la carrera de las leyes se debió a aquel sentimiento de impotencia política por ver coartados mis derechos civiles que aun siendo chico me produjeron sensaciones terribles las cuales podía entender como el abuso del gobierno contra los menos favorecidos. Al fin de cuentas mi vecino aventajado económicamente tenía en su alacena alimentos que consumir pero nosotros dependíamos del alimento diario que proveía nuestro padre que por culpa de la medida no había podido llevarnos el sustento del dia.
Hoy tuve la misma sensación. Me tomó por sorpresa esta actividad coordinada por grupos que adversan al gobierno nacional y en un abrir y cerrar de ojos encontré todos mis accesos cerrados. Decidí dejar mi vehículo aparcado a la suerte divina y emprender mi camino a casa caminando unas 30 cuadras y resolví no tomar mi única alternativa con rabia, más bien quise mirar en los rostros de quienes trancaban calles, sus motivaciones reales y lógicas para justificar la acción que además de inocua resulta -a mi juicio- ineficaz políticamente. Claro está, debo confesar que rogué en todo el camino que ninguno de los promotores de la inusitada protesta me reconociera por temor a terminar golpeado, vilipendiado, o en último caso, quemado.
El famoso filósofo y abogado francés de la ilustración François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire espitó la muy célebre frase «No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla». Hoy ratifico mi admiración por esa máxima que es vértice fundamental de la democracia pero no defiendo esa manera hostil de auto flagelarnos todos en un fachoso toque de queda.