Le suena dentro el oleaje del Lago alisando la arena, los buchones planeando sobre el espejo líquido, el “porrear” de las canoas y el silbido alegre de los pescadores al llegar de sus jornadas. Todo eso lleva dentro Víctor Alvarado, cual concha de caracol separada de su playa.
Aunque el “Cantor de la Isla” vivía desde hace más de tres décadas en la casa número 89-39 de la avenida 16A, en Maracaibo, mostraba intacto en sus ojos el amor por la “Diosa Toas”, la isla que lo vio nacer, el 28 de diciembre de 1938, y cuyo paisaje le inspiró a escribir varias canciones y expresar su admiración cuando interpretaba “Canto a mi Toas” del poeta Levi Parra, considerado como el trovador de la isla.
Esa fue la danza que lo dio a conocer como cantante y que él, con su voz, convirtió en un símbolo para esa tierra rodeada de Lago en que se ubica el caserío Las Palmitas, donde su padre Abilio Antonio Alvarado González se dedicaba a triturar piedra caliza en las canteras para vender a las fábricas de cemento y, a la par, pescaba para mantener a los ocho hijos que tuvo con Betina Robertina Vílchez de Alvarado, una ama de casa que con fervor creía en la Virgen de Lourdes. De sus hijos, Víctor Inocencio, es el mayor.
En ese poblado de cuyas entrañas se sacaba el concreto que llevaba desarrollo a las ciudades, las casas eran de barro y palma. Y allí, con electricidad por planta y sin televisión, transcurrió la infancia y adolescencia de Víctor, donde jugaba metras y elevaba petacas, a la par de estudiar hasta sexto grado en la única escuela, la “Marcial Hernández”.
Por las noches, las serenatas con ritmo de danza, contradanza, décima y bambuco playero eran cotidianas en las voces de los pescadores como Abilio, y su hijo Víctor heredó la raíz de cantor. Pero llegó a reconocerse con seriedad como cantante cuando tenía 20 años y se apareció en la isla el coplero Pedro Emilio Sánchez, con su grupo.
En el pueblo sabían de los dotes de serenatero de Víctor, y los lugareños pedían que se integrara al grupo y cantara.
“A Pedro Emilio no le gustó mucho la cosa, pero ante la insistencia de la gente, me dijo: ‘¿Qué es lo que tú cantas?’ Yo no supe qué decir. Pero le dije que podía cantar Mujer llanera, de Juan Vicente Torrealba que sonaba mucho en la rocola de la terraza Acapulco, en el pueblo”, narra hoy, ya convertido en abuelo de 16 nietos, fruto de 11 hijos que tuvo con cuatro amores.
Luna Camila, la menor de los nietos del cantor.“Aquella vez que canté con Pedro Emilio fue la primera vez que vi un arpa, con mucha admiración por el sonido de sus largas cuerdas —narra Víctor con el recuerdo intacto—. Él me ofreció 2 mil bolívares para cantar con su grupo. Jamás había visto tanto dinero. Me fui a Maracaibo y de allí me presenté en Barquisimeto, Yaracuy, Cojedes y Caracas. Me dí a conocer con ‘Canto a mi Toas”.
“Esa canción tuvo mucha aceptación y por eso, en 1962, un empresario llamado Valentín Carucí me ayudó a grabar mi primer disco, cuyo tema principal era ese, también tenía la canción Mi Diosa Toas, de mi autoría. Pero por mala suerte Carucí no me pagó. Era 23 de diciembre y yo no tenía ni un bolívar para regresarme a pasar la Navidad con mi familia y él me dijo que no me correspondía nada por el disco. Me fui al terminal a pedir para regresarme. Solo comía cambures y volví al Zulia en cola”.
Decepcionado, se dedicó a la pesca, a la venta en una tienda de víveres y pensó en no cantar jamás. Pero por sugerencias de sus allegados, más tarde, regresó a Caracas a buscar a Mario Suárez, cantante zuliano de música popular, que sonaba mucho para ese tiempo.
“Me llevé 500 bolívares y pasaba hambre para no gastar en comida, por temor a quedar sin plata —rememora el cantor—. En ocasiones me tocó dormir en la calle. Cuando le mostré a Mario mi LP, no me dio muchas esperanzas”.
Después de eso, regresó a su isla y durante tres años estuvo sin cantar, dedicado nuevamente a la pesca. Pero en 1967, se le acercó Alberto Rubio, quien tenía en Maracaibo un modesto sello disquero y le propuso grabar el segundo disco en el que se escuchó “Añoranza” y “Déjame quererte”. Con el pago, estudió locución y trabajó en varias emisoras.
Por propuesta de Hebert Villalobos, mánager del conjunto gaitero San Isidro, incursionó en el género pascuero.
“Siempre creí —afirma Víctor— que mi voz no era para la gaita”.
Corría el año 1976, y en una de sus presentaciones en la fuente de soda Tamacuay, ubicada en la avenida 5 de Julio de Maracaibo, conoció a su actual esposa, Zulia Morales.
“Con una vecina que se llama Virginia González, prima de Víctor, salí a escuchar gaitas y ella me dijo: ‘Vamos primero a ver cantar a un primo mío, para apoyarlo’. Y yo le dije que no, porque lo que quería escuchar gaita. Finalmente fuimos y cuando me lo presentó me pareció que no se veía tan viejo”, cuenta con picardía la actual esposa del isleño.
“Él tenía 37 años y yo 17 —apunta Zulia—. Me quitó el número de teléfono, me llamaba , me llevaba serenatas a mi casa y así me enamoró. En menos de un año nos casamos”.
En una presentación en Colombia conoció al maestro Billo Frómeta que lo invitó a entrar a Billo’s Caracas Boys.
“Al pisar Maracaibo ya estaba gestionando ir a Caracas para buscar a Billo. Pero él quería que cantara boleros, y yo no acepté”, relató Alvarado, quien dice convencido: “Yo moriré interpretando la música tradicional zuliana”.
“Víctor no logró sonar en más ciudades por temor a los viajes largos. No le gustaba estar lejos de su tierra”, opinó el gaitero Ricardo Cepeda.
Y el Cantor de la Isla lo confirma: “Mientras los aviones no tengan anclote, yo no me monto en ninguno”, aseveró enfático y con una sonrisa llena de candor pueblerino.
El poeta y decimista de Isla de Toas, Amado Nervo Pereira, primo de Alvarado recuerda con afecto lo muy familiar que Alvarado es: “Su abuela ‘Macefita’ estuvo en sus últimos años muy enferma, en cama. Y Víctor iba todos los 31 de diciembre a cantarle en su casa, en la isla. Todo el pueblo iba a casa de ‘Macefita’, para oír cantar a Víctor ”.
Esa entrega por su tierra fue reconocida en 1993, cuando la Gobernación del Zulia lo declaró patrimonio regional. Así fue llenando con placas la pared más larga de la sala de su casa en Maracaibo.
Tras el éxito, se lanzó como candidato a la Alcaldía del municipio insular Almirante Padilla (Isla de Toas) en 1997, pero la presión de los compromisos políticos, junto con los conciertos, le generó una enfermedad cerebrovascular que lo alejó de los escenarios y de la idea de ser alcalde: “Le pedía mucho a Dios y a Nuestra Señora de Lourdes (patrona de la isla) que si iba a quedar inútil me llevara de este mundo. Cuando me dijo el médico que perdí una de mis cuerdas vocales, sentí que el mundo se me cayó. Pero gracias a Cristo sané y aunque no como antes, sigo cantando”.
Daniel Alvarado, segundo hijo de Víctor y Zulia, es comunicador social y canta en grupos de música tropical.
“Nos sentimos orgullosos del trabajo artístico de papá, pero lo que más admiro de él es su calidad humana —expresó Daniel—. Su mejor consejo es: ‘Nunca tengáis ínfulas de grandezas, hijo”.
Pese a sus problemas de salud, cada vez que puede, Víctor vuelve a la isla, y pesca: “Desde la orilla, como sea hago mis lances de atarraya —expresa el cantor con brillo de Lago en los ojos—. Me encanta eso, y reencontrarme con mi familia y amigos”.
Luego, en Maracaibo, vuelve a ser la concha de caracol que guarda un canto eterno para su amada Diosa Toas.
Vía Panorama
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