
Cancha abierta: El refugio de los niños migrantes en Ciudad de México
El fútbol, más que un deporte, se ha convertido en un auténtico santuario y una tregua de la dura realidad que enfrentan diariamente decenas de niños, niñas y adolescentes migrantes en la Ciudad de México. En el centro Pilares Richard Wagner, ubicado en la alcaldía Gustavo A. Madero, un entrenador, cuya voz refleja tanto la pasión como la gravedad de las historias que escucha, ha decidido que la cancha debe ser tan abierta como una frontera de acceso libre.
“Fue entonces cuando entendí que es necesario abrir la cancha como quien abre una frontera, con acceso libre para todos”, relata el entrenador, Rivero, quien ha visto cómo el deporte se convierte en un ancla para estos jóvenes.
Diariamente, el centro recibe a pequeños curiosos y a veces desconfiados, con edades que van desde los tres hasta los 19 años. Provenientes de Colombia, Venezuela, Honduras, Cuba, Perú, entre otros orígenes, se acercan a la reja con la esperanza de ser invitados a correr tras el balón. “Pequeños curiosos, y un poco desconfiados, pero listos y con ganas para correr tras el balón”, describe Rivero.
Para estos jóvenes, la vida en tránsito está marcada por la cautela y la desconfianza, bienes sumamente frágiles. Sin embargo, en el rectángulo verde, se restablece una rutina sencilla y sanadora. “Todos los días jugamos, sudamos, nos caemos y nos levantamos. En esa sencilla rutina aparece una especie de alivio: durante tres o cuatro horas se les olvida, aunque sea tantito, lo que pasa fuera de la cancha”, confiesa el entrenador.
Un espacio de igualdad y diálogo
La realidad de los niños migrantes es compleja y llena de privaciones. Rivero conoce las dificultades que han enfrentado para llegar a México y las condiciones precarias en las que viven. “Sé lo que les ha costado estar en nuestro país, conozco su forma de vivir, que realmente eso es muy difícil. Para jugar fútbol, algunos ni siquiera tienen tenis, en ocasiones ni calcetas, pero aún así los invito a entrar a la cancha, los jalo al juego, donde conviven con otros chicos y todos somos iguales, sin importar en qué país nacimos”.
Integrar a los niños extranjeros con los locales no ha sido fácil. La vida les ha enseñado a moverse a la defensiva. “Al juntarlos, todos se sienten fuera de lugar, pero yo insisto en unirlos, en jugar sin etiquetas”, comenta Rivero. A veces, la fórmula es tan básica como una conversación franca o unas galletas compartidas que sirven como comunión.
En estas breves charlas, el fútbol se convierte en la excusa para hablar de temas vitales, como los daños que causan las drogas y las malas compañías, o cómo el deporte puede ofrecerles un camino distinto y un desarrollo integral.
Impulso a la infraestructura deportiva
El trabajo de Rivero y de jóvenes como Mateo, que asisten al centro, toma relevancia a la luz de los recientes anuncios gubernamentales. El pasado miércoles, Rivero y Mateo asistieron a un evento en el Deportivo Magdalena Mixiuhca, donde la jefa de Gobierno, Clara Brugada, informó que, con motivo del Mundial de 2026, se construirán y rehabilitarán 500 canchas de fútbol en la Ciudad de México.
“Estamos muy contentos con el anuncio porque así los niños tendrán lugares más adecuados para desarrollarse, así como espacios más dignos y seguros”, concluyó Rivero. Una cancha en buen estado, asegura, significa menos lesiones, más permanencia en el deporte y, crucialmente, son más sitios donde los niños migrantes “pueden correr sin peligro, sin ser perseguidos por alguna autoridad y sin necesidad de estar a la defensiva”, encontrando en cada partido un valioso respiro de su ardua travesía.
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