Pocos hablan. A pesar de la marea humana que está cerca de ver a Chávez, pocos son los que pueden esquivar el dolor por unos segundos para pronunciar unas palabras. Todos lloran y se preguntan, en silencio, por qué el líder se despide cuando aún queda mucho camino por recorrer.
Jorge González está a unos pocos metros de ver al hombre que le devolvió la ilusión y la esperanza hace 14 años. Sabe que solo tiene tres segundos para mirar su rostro, pero ese tiempo le basta para despedirse del hombre que seguirá hablando y cantando en sus pensamientos por siempre.
Luego de siete horas de aguantar una cola que parecía no terminar nunca, cuando se acercó al féretro se le formó un nudo en la garganta que estalló en un llanto. Pensaba que podía guardar la compostura, pero el momento lo desarmó: la muerte de Chávez lo deja huérfano. Esa es la sensación que le produce su partida.
“Lo vi soñando, no muerto. Viste de verde y se le ve tranquilo, en paz. Siempre me gustó verlo de verde, como la primera vez que salió en televisión, pero jamás creí que lo vería en una urna. Pensé que en cualquier momento iba a despertar y a pedirnos a cualquiera de nosotros un café.”. Tal vez por eso reventó a llorar: se encontró que sus pensamientos no iban a hacerse realidad.
“Esos tres segundos valieron las horas de espera. Nunca olvidaré el rostro de mi comandante. Parece que se hubiera ido sonriendo, como se merecía”.
Jorge, que habló vía telefónica con DiarioRepublica, llegó en la madrugada a Caracas desde Maracaibo porque sentía la necesidad de agradecerle por última vez a Chávez el amor que le propinó en vida.
En la capital se encontró con una cola kilométrica, pero su objetivo no desfalleció. Se unió sorteando empujones, desesperación y desorden. “Me dije que no importaba cuánto iba a tardarme ni cuántos empujones iba a recibir, pero tenía que ver al presidente”.
Mientras se acercaba a la capilla ardiente, donde Chávez permanecerá hasta este viernes, los organismos de seguridad impusieron el orden. En ese último tramo la solemnidad arropó a quienes unos metros más allá se movían con impotencia.
Muchos se sostenían, cabizbajos, de las barandas que demarcaban el camino a seguir para entrar a la capilla ardiente. Allí el silencio y las lágrimas también se impusieron. Todos sabían que comenzaban a extrañar al hombre cuyo nombre pronunciaron durante años sin descanso.
Cuando pasó frente a funcionarios de seguridad, apagó su teléfono, le quitó la batería y mostró que en sus bolsillos solo llevaba la cartera. Las personas que estaban a su lado también hicieron lo mismo, como todos aquellos que se enfilaron para ver al comandante.
“Lo vi, estuve cerca de él, y no está muerto, solo está soñando. Quedamos nosotros para hacerlo realidad. Chávez vivirá por siempre en nuestros corazones”.
Redacción DiarioRepublica.com