El Papa, que anunció hoy su renuncia, vivió momentos difíciles en su paso por el ejército alemán que poco tenía que ver con sus verdaderos intereses.
Según Benedicto XVI, después de la guerra el mundo quedó desfigurado por la ideología.
Obligado a formar parte
Pese a la aparente fortaleza del ejército alemán, los primeros
fracasos se empezaron a suceder; fracasos que conllevaban la pérdida
de hombres y la necesidad de más para hinchar las filas de los frentes
de batalla o, por lo menos, para aumentar el ánimo de los que ya
estaban en ellas.
“Vista la creciente falta de personal militar, en 1943 los hombres del
régimen inventaron algo nuevo. Dado que los estudiantes de los
internados debían vivir de todos modos en comunidad, lejos de casa,
consideraron que no había ningún obstáculo para cambiar la sede de los
colegios, colocándolas en las apretadas bases antiaéreas.
Además, desde el momento que no estudiaban todo el día, parecía del
todo normal que utilizaran su tiempo libre para los servicios de
defensa de los ataques aéreos enemigos. De hecho, yo no estaba
internado desde hacia tiempo, pero desde el punto de vista jurídico
formaba todavía parte del seminario de Traunstein. Fue así que el
pequeño grupo de seminarista de mi generación (generación 1926 y 1927)
fue llamado a los servicios de contra-aviones a Munich.
A los diecisiete años tuvimos que aceptar un tipo muy particular de
internado. Habitamos las barracas como soldados regulares que éramos,
obviamente una pequeña minoría, nos vinieron impuestos los mismos
uniformes y, en sustancia, debíamos desarrollar el mismo servicio con
la única diferencia que a nosotros estaba concedido también frecuentar
un mínimo de clases…”.
Su participación
Así lo narra él mismo:
“[…] el periodo transcurrido causó situaciones embarazosas, sobre todo
para los individuos tan poco inclinados a la vida militar como yo.
Aquí yo estuve asignado a los servicios telefónicos y el suboficial al
que estábamos subordinados defendió con firmeza la autonomía de
nuestro grupo. Estábamos dispensados de todos los ejercicios militares
y ninguno osaba inmiscuirse en nuestro pequeño mundo […] más allá de
mis horas de servicio, podía hacer todo aquello que quería y dedicarme
sin graves obstáculos a mis intereses. Además de todo,
sorprendentemente, estaban ahí un conspicuo grupo de convencidos
católicos que llegaron a organizar clases de religión y a obtener el
permiso de frecuentar ocasionalmente la iglesia”.
En 1944, llegado al límite de edad para el servicio militar, fue
llamado a éste. El 20 de septiembre fue trasladado a los confines
entre Austria, Hungría y Checoslovaquia:
“Aquellas semanas de servicio laboral se han quedado en mi memoria
como un recuerdo oprimente […] una noche fuimos levantados de la cama
y reunidos, todavía medio dormidos. Un oficial de la SS nos llamó uno
por uno fuera de la fila y trató de inducirnos al enrolamiento
“voluntario” en el cuerpo de la SS explotando nuestro cansancio y la
posición de cada uno delante de todo el grupo reunido.
Muchos fueron enrolados de este modo en ese cuerpo criminal. Junto a
algunos otros yo tuve la fortuna de poder decir que tenía la intención
de hacerme sacerdote católico. Venimos cubiertos de burlas y de
insultos y devueltos dentro, pero esta humillación nos había agradado
mucho desde el momento que nos liberamos de la amenaza de ese
enrolamiento falsamente “voluntario” y de todas las consecuencias”.
“Era común que aquellos que prestaban servicio laboral, con el
acercarse del frente, vinieran enrolados en el ejército; y era esto lo
que nosotros esperábamos. Pero para agradable sorpresa, las cosas
fueron diversamente […] el 20 de noviembre nos fueron dadas las
maletas con nuestros vestidos civiles y vinimos despedidos en un tren
que nos regresó a casa, con un viaje continuamente interrumpido por
las alarmas aéreas.
Viena, que en septiembre no había sido tocada por los eventos de la
guerra, mostraba ahora las heridas de los bombardeos. Todavía más
impresionante se me hizo la vista de la amada Salzburgo donde no sólo
la estación estaba reducida a un cúmulo de escombros sino también el
símbolo de la ciudad –el grandioso domo del renacimiento– había sido
duramente golpeado; si bien recuerdo, la cúpula había sido derrumbada
[…]”. Pero al fin llegó a casa el joven Joseph: “Era un encantador día
de otoño… raramente he sentido tan fuertemente la belleza de mi tierra
como en este retorno a casa de un mundo desfigurado por la ideología”.
Vía Agencias