La reciente muerte del actor de Fast & Furious –»Rápido y Furioso», en español- Paul Walker en un accidente de automóvil en California puso de manifiesto la popularidad no sólo de la saga, que tiene un despliegue de autos espectaculares, sino también de las carreras callejeras de alta velocidad.
Pero ya desde que la producción de automóviles dio sus primeros pasos en Detroit, a comienzos del siglo XX, ha existido la tentación de correr demasiado detrás del volante.
Daniel Pierce, profesor de Historia en la Universidad de Carolina del Norte, dice: «No creo que el amor por la velocidad fuera tanto un deseo de desafiar a las autoridades, aunque había algo de eso entre las razones por las que se desarrolló esta pasión».
«Muchos jóvenes asociaban la velocidad a la masculinidad. Especialmente en el sur, y en el sur de California en particular, hacer que un auto corriera veloz y ser capaz de controlarlo era señal de masculinidad».
Y al parecer, los historiadores remontan la obsesión estadounidense por la velocidad a la era de la prohibición de la venta de alcohol conocida como «Ley Seca».
La revolución de los autos Ford
«Si no hubiera sido por el whisky, Nascar no hubiera nacido. Es un hecho»
Junior Johnson, piloto de Nascar
El primer auto producido en masa fue el Odsmobile Curved Dash, que tenía una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora y se comenzó a fabricar en 1901.
Ese mismo año, el estado de Connecticut estableció un límite de velocidad de 12 millas por hora (casi 20km por hora).
Siete años más tarde, Henry Ford presentó el Modelo T que, pisado a fondo, alcanzaba los 72km por hora.
Durante los siguientes 19 años, Ford produjo 15 millones del Modelo T en una fábrica de Detroit.
Pero las décadas de 1920 y 1930 fueron la era de la prohibición y los traficantes que traían whisky de Canadá o lo transportaban a través de estados «secos» necesitaban carros más rápidos que el Ford T para dejar atrás a la policía y a los agentes federales.
«Si no hubiera sido por el whisky, Nascar no hubiera nacido. Es un hecho», agrega Johnson, que fue encarcelado un año después de empezar su carrera en Nascar, por liderar una destilería de whisky ilegal, un delito que fue perdonado 30 años después por el entonces presidente de EE.UU., Ronald Reagan.
Al tiempo que Al Capone era trasladado por las calles de Chicago en un carro a prueba de balas, sus secuaces dejaban atrás a los federales en un Chevrolet Mercury o un Packard DeLuxe Roadster, que podían alcanzar los 112 y 160km por hora respectivamente.
En 1934, un año después de la presentación del V8 Cabriolet –que llegaba a los 128km/h-, Ford recibió una carta del ladrón de bancos Clyde Barrow, de la popular pareja Bonnie y Clyde.
Barrow escribió que el V8 era un «auto de dandis» y añadió: «En cuanto a velocidad sostenida y capacidad de evitar problemas, el Ford ha dejado pelados a todos los otros carros».
Después de la guerra hubo un boom en la cantidad de personas con auto propio en Estados Unidos y algunos de estos conductores querían manejar deprisa e incluso competir entre ellos en carreras.
Carreras para todos los gustos
Las carreras callejeras ilegales se hicieron populares en los años 50 y decenas de conductores murieron en esa década.
Las autoridades de California animaron al empresario Wally Parks cuando éste decidió establecer la National Hot Rod Association (más conocida por sus siglas, NHRA), una entidad que promovía las llamadas carreras de arrancones de un cuarto de milla en pistas seguras, fuera de las calles.
Mientras las carreras de arrancones (también llamadas piques o picadas, según los países) empezaban a ponerse de moda en la costa oeste estadounidense, la Asociación Nacional para las Carreras de Stock-car (Nascar, por sus siglas en inglés), que se había fundado en Florida en 1948, iba creciendo de forma paulatina.
Un tercer género, el de las carreras Indy –similar a la Fórmula 1 de Europa- sufrió un revés en 1957 cuando, dos años después del desastre de Le Mans en Francia en el que 77 espectadores murieron, se vetó la participación en el deporte de los fabricantes de autos estadounidenses.
Actualmente, Nascar es el segundo deporte más lucrativo en EE.UU., detrás del fútbol americano, con pilotos estrella como Dale Earnhardt Jr., que gana US$25 millones al año.
El sabor de lo prohibido
Nascar fue tradicionalmente más popular en los estados del sur pero en los últimos años ha atraído seguidores de otros estados.
Pero pese a la popularidad de Nascar y las carreras de arrancones controladas, persiste una subcultura devota de las carreras callejeras ilegales.
En 2001 –el mismo año en que se estrenó la primera película de Fast & Furious– la agencia nacional para la seguridad de tráfico en autovías (NHTSA, por sus siglas en inglés) informó que la policía apuntó a las carreras callejeras como factor clave en 135 choques fatales, en comparación con 72 registrados el año anterior.
El portavoz de la oficina, David Strickland, señala: «Los conductores que manejan a velocidades excesivas se ponen a ellos mismos y a otros en un creciente riesgo de verse envueltos en un choque, y posiblemente de resultar heridos o muertos».
Adicción a la velocidad
La estrella de cine y TV Idris Elba, conocido por su papel de Stringer Bell en The Wire, está de gira por Estados Unidos como parte de una serie sobre la historia de las carreras clandestinas de autos.
Elba, que es parte de un proyecto sobre la historia de las carreras de autos clandestinas, confiesa estar fascinado por la velocidad.
El actor, que adquirió un acento de Baltimore para la serie de televisión pero creció en el londinense East End, fue a conocer a algunos corredores callejeros en Detroit: «No justifico lo que hacen, veo por qué lo hacen. Es muy emocionante», reconoció Elba.
Pero el académico Pierce dice que las carreras callejeras actuales están lejos de tener la popularidad de la que gozaban en su juventud. «Ahora se puede hacer lo mismo en un videojuego y es un poco más seguro», opina el historiador.
Y añade: «No creo que sea como la cultura automovilística que había en los años 50, 60 o 70. Es difícil hacer cambios en el propio auto porque todo está computarizado y los jóvenes no parecen tan atados a los carros como cuando yo crecí».
Elba, cuyo padre era delegado sindical en una enorme fábrica de Ford en Dagenham, en el este de Londres, dice: «Los autos, las carreras, la velocidad… son y han sido para mucha gente a lo largo de la historia una forma de vida, ya fuera como medio de vida o un medio para escapar».
«Soy adicto a la velocidad, no es un secreto, pero mientras viajaba, escuchaba y aprendía de estas maravillosas historias, lo que más me sorprendió fue ver lo lejos que la gente está dispuesta a ir, los riesgos que los conductores están dispuestos a asumir para satisfacer dicha adicción», revela el actor.
Cannonball
En 1971, un grupo de inconformistas, con Brock Yates Sr. a la cabeza, dio origen a la Carrera Cannonball –que posteriormente fue llevada a la ficción en una exitosa película con el actor Burt Reynolds y un elenco de estrellas –, que implicaba un recorrido de 4.480 kilómetros de costa a costa.
Recibió el nombre por Erwin «Cannonball» Baker, que había establecido un récord de 53 horas para hacer esa ruta en 1933.
Yates y el copiloto Dan Gurney –ganador de las 24 horas de Le Mans en 1967, en Francia- redujeron ese tiempo a 35 horas y 54 minutos y, sorprendentemente, sólo les pusieron una multa por exceso de velocidad.
«Cannonball comenzó por dos razones: para probar que los buenos conductores pueden recorrer largas distancias a alta velocidad de forma segura y como protesta contra la propuesta de imponer un límite de velocidad de 55 millas por hora (88km/hora)», señala el hijo de Yates, Brock Jr.
Pese a las protestas como la Carrera Cannonball, el entonces presidente estadounidense Richard Nixon aprobó, en 1973, el límite de velocidad nacional de 88km/h.
El límite tuvo poco que ver con la seguridad. Fue aplicado como consecuencia de la crisis del petróleo generada por la guerra árabe-israelí de 1973.
Circular más despacio ahorraba combustible y, con Estados Unidos haciendo frente a la escasez de petróleo, había una necesidad perentoria de reducir la velocidad.
Pero muchos entusiastas del automóvil creían que manejar rápido era tan típico de EE.UU. como el pastel de manzana. Y el gobierno estadounidense fue dando marcha atrás, de forma gradual, al límite de las 55 millas.
En 1987 lo subió a 65 millas por hora (104km/h) y en 1995 fue totalmente eliminado para que fuera competencia de los estados establecer sus propios límites.
Actualmente los límites de velocidad oscilan entre los 96km/h de Hawaii a los 128km/h de Utah.
Las llamadas carreras de arrancones surgieron como alternativa a las callejeras.
En octubre del año pasado, Texas dio luz verde a un límite de 136km/h en una nueva carretera con peaje entre las ciudades de Austin y San Antonio.
Scot Keller, curador jefe del museo de autos LeMay en Tacoma, Washington, dice que los límites de velocidad más altos tienden a ser permitidos en estados con «amplios espacios abiertos».
«El entusiasmo por películas como Fast & Furious refleja que a la gente le gusta hacer cosas que son peligrosas o están fuera de la norma», opina.
«Los jóvenes que manejan estos autos, los tuneados, los musculados… son muy parecidos a los conductores de bólidos o autos deportivos de los años 50. Pero parten de vehículos con computadoras y motores más sofisticados», recuerda Keller.
Vía BBC