Un cuarto de 15 metros cuadrados, dos ventanas con vinilos oscuros, una cama de soltero, baño, y televisión. La celda de Luiz Inácio Lula da Silva está en la cuarta planta del edificio de la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba (Paraná). Dos horas al día podrá salir al patio para recibir algo de luz, pero siempre estará solo.
El aislamiento es una de las condiciones que remarcó el juez de primera instancia Sérgio Moro. Según el magistrado la soledad sería “un privilegio por el cargo que ostentó” pero para amigos cercanos al ex presidente, se entiende como “una tortura” para alguien con la personalidad extrovertida como es el caso del petista. Todos los miércoles podrá recibir la visita de familiares de primer y segundo grado, y sus abogados podrán reunirse con él en cualquier momento.
El mayor líder de la historia de Brasil, que suscita tantas pasiones como odios, llegó a su celda el pasado sábado alrededor de las diez de la noche convirtiéndose a sus 72 años en el primer ex presidente del país preso por un delito común. No quiso comer, tan sólo descansar. No sorprende después de pasar casi 48 horas sin dormir en el Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo, donde se reunió con su gente a modo de despedida, y desde donde sus abogados negociaron hasta la extenuación una entrada en prisión que les pilló de sorpresa.
El juez Moro y el Tribunal Regional Federal de la 4ª Región de Porto Alegre se habían saltado los protocolos legales que permitían que la defensa del ex presidente pudiera apelar a un último recurso. Sin esperar esa apelación, el magistrado de Curitiba envió un mandato de prisión casi seis días antes de lo previsto, en el que obligaba a Lula da Silva a entregarse antes de las cinco de la tarde del viernes. Las prisas de Moro, que según la Presidencia de la República “parecían tener el objetivo de humillar al ex presidente” provocaron no sólo la sorpresa del petista sino la indignación del Partido de los Trabajadores (PT) y de miles de militantes que se fueron hasta el Sindicato de los Metalúrgicos para apoyar al ex presidente y para pedirle que no se entregara.
Como casi todo en la historia de Lula da Silva, su salida de Sao Paulo y su ingreso en prisión en Curitiba, tuvieron tintes épicos. Además de dos días de vigilia, dijo adiós a sus simpatizantes con un discurso histórico: “Los poderosos pueden acabar con una, dos, o cien rosas, pero no pueden detener la primavera”, fue apenas una de las frases que arrancaron las lágrimas de los presentes.
Cuando se disponía a salir del edificio para entregarse a la Policía Federal, los militantes boquearon la salida del sindicato y provocaron que su entrega a las autoridades demorara dos horas más de lo previsto. Finalmente el ex mandatario salió a pie y luego se subió a un coche que le guió hasta la Policía Federal de Sao Paulo en el que le hicieron el examen médico previo al ingreso en prisión. De ahí salió en el helicóptero hacia el aeropuerto de Congonhas, donde tomó un avión que le llevó a Curitiba: tres horas y media de trayecto que siguieron en directo las cámaras de televisión del país.
Manifestantes a favor y en contra del ex presidente se concentraron en cada uno de los puntos por lo que pasaba Lula da Silva. En las puertas de la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba se produjeron incidentes entre ambos grupos, y la Policía Militar lanzó gases lacrimógenos y disparó balas de goma contra los seguidores lulistas. La noche acabó con siete heridos, entre ellos dos niños y un policía.
Vía El Tiempo