Casi siempre sonriente tras su poblado bigote negro, en las distancias cortas la principal virtud de Nicolás Maduro es la calma.
Puede que en ello tenga mucho que ver sus creencias hinduistas. Si Hugo Chávez era un carismático torbellino, Maduro aparece como precisamente lo contrario: un hombre tranquilo.
Tal vez por eso, al liderar la cadena nacional desde el Hospital Militar de Caracas el martes 5 de marzo, la mayoría de los televidentes pudieron adivinar lo que venía.
Sin perder la calma, pero visiblemente afectado y entre lágrimas, con excesivas pausas entre frases para no quebrarse, Nicolás Maduro comunicaba la noticia más difícil que le ha tocado vivir al chavismo: la muerte de su líder.
«Hoy 5 de marzo ha fallecido el comandante presidente, Hugo Chávez Frías».
Maduro había sido el elegido no sólo para decirla, sino también para asumir el liderazgo que el mandatario venezolano le impuso, cuando en diciembre pasado reconoció que era posible que muriera.
Compañero canciller
Amigo leal de Chávez desde sus tiempos de prisión por el intento de golpe de Estado de 1992, Maduro es considerado el político que más cerca estuvo del mandatario a lo largo de su convalecencia por el cáncer que le fue detectado en mayo de 2011 y que esta semana terminó con su vida.
Tiene fama de amable en los círculos diplomáticos latinoamericanos, pero eso no ha impedido que su verbo contra Estados Unidos sea fogoso, para algunos, una repetición mal hecha del original estilo de Chávez.
Como jefe de la diplomacia venezolana, Maduro siguió la línea chavista de buscar abiertamente la «construcción de un mundo multipolar libre de la hegemonía del ‘imperialismo norteamericano'», como la describió en declaraciones a BBC Mundo el internacionalista Carlos Luna.
Se lo consideró una pieza clave para impulsar la política exterior de su país más allá de las fronteras latinoamericanas para acercarse casi a cualquier gobierno que rivalizara con Estados Unidos por una cosa u otra.
Y tanto éxito tuvo en esa empresa, que Venezuela cuenta ahora entre sus aliados con Bielorrusia, China, Irán y Rusia, por no hablar de la Libia de Muamar Gadafi o la Siria de Bashar al Asad.
De autobusero a vicepresidente
Socialista y sindicalista de toda la vida, Maduro formó parte de la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución Bolivariana impulsada por Chávez. Posteriormente ganó un escaño como diputado y llegó a ser presidente de la Asamblea Nacional hasta 2005.
En 2006 atendió la llamada de Chávez para hacerse cargo de la jefatura de la diplomacia, nombramiento que fue muy criticado por sus detractores ya que el canciller carece de formación universitaria: se trata de un autobusero que no pasó del bachillerato.
Como si de hecho disfrutara con esa cierta mofa que despierta entre círculos opositores, su pasado como conductor de la flota de autobuses de la empresa del Metro de Caracas, lo llevó a manejar el camión sobre el que Chávez hacía campaña para las últimas elecciones.
Pero esa circunstancia es casi siempre aprovechada por Chávez para mostrarlo como un ejemplo de gente de pueblo que ejerce el poder directamente y no a través de representantes provenientes de clases acomodadas.
«Mira donde va Nicolás, de autobusero (a vicepresidente). Nicolás era conductor de autobús en el Metro y cómo se burla de él la burguesía por eso», decía Chávez poco después de ganar las elecciones.
«Tremendo canciller», exclamó en el acto solemne con motivo del 201 aniversario de la independencia.
Sin embargo, el canciller también ha tenido momentos «poco diplomáticos» en los que pareció perder su compostura tranquila, como cuando llamó «funcionarillo» al subsecretario de Estado de EE.UU. John Negroponte.
Y aunque en política interna también es tenido por uno de los menos radicales -es el interlocutor de los opositores que quieren lograr clemencia para lo que ellos llaman «presos políticos»- Maduro llegó a llamar «mariconsón y fascista» al candidato Henrique Capriles.
Posteriormente, Maduro se disculpó por el cubanismo alegando que «tenía otra connotación» y que no se «metería con la condición sexual de Capriles ni la de nadie».
«Persona non grata»
La última vez que Maduro había copado titulares en la prensa latinoamericana, antes de haber sido nombrado vicepresidente, fue por su intervención en la crisis política de Paraguay que terminó con la destitución del entonces presidente, Fernando Lugo.
Maduro fue parte de la comitiva de cancilleres organizada por diferentes gobiernos de la región justo después de enterarse que Lugo estaba a punto de ser destituido.
El venezolano terminó siendo acusado por la nueva institucionalidad paraguaya de arengar a los militares para sublevarse y defender al obispo.
Poco después fue declarado persona non gratapor «las graves evidencias de intervención por parte de funcionarios de la República Bolivariana de Venezuela en asuntos internos de la República del Paraguay».
Chávez aprovechó para volver a expresar su más firme apoyo a su número dos en el gobierno al decir, entre bromas y verdades, que lo envidiaba por haber recibido tal distinción de parte de quienes acusó de golpistas por haber sacado del poder a Lugo.
El amigo
Esta cercanía personal entre Chávez y Maduro fue de larga data, desde que el fallecido mandatario cumplió condena en la cárcel de Yare por el intento de golpe de Estado de 1992.
Por entonces, Maduro se convirtió en un activista a favor de la liberación de Chávez. En esa época fue que conoció a la abogada Cilia Flores, que ejercía la defensa del presidente.
Así, en las imágenes de Chávez en Cuba durante su tratamiento contra el cáncer, sus acompañantes más recurrentes eran sus hijas y Nicolás Maduro.
De hecho, se considera que Maduro fue uno de los pocos confidentes del presidente que tuvieron acceso a los detalles del diagnóstico, que se mantuvo como secreto de estado bajo siete llaves.
Por entonces era sólo ministro de Relaciones Exteriores. Pero el gran cambio vino tras las elecciones de octubre, desde cuando también es vicepresidente.
Desde entonces muchos interpretaron la decisión como un guiño de Chávez a un potencial sucesor. Dos meses después y ante la reaparición del cáncer, Chávez explicitaba el guiño:
«Mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total es que en ese escenario que obligaría a convocar (…) a elecciones presidenciales ustedes elijan a Nicolás Maduro como predsidente de la república bolivariana de Venezuela».
Maduro contaba no sólo con su confianza, sino que era el hombre elegido por Chávez para continuar con el chavismo.
«Es uno de los líderes jóvenes de mayor capacidad para continuar con su mano firme, con su mirada, con su corazón de hombre del pueblo, con su don de gente, con su inteligencia, con el reconocimiento internacional que se ha ganado, con su liderazgo, al frente de la Presidencia de la República dirigiendo, junto al pueblo siempre y subordinado a los intereses del pueblo, los destinos de esta patria», sentenciaba un siempre carismático Hugo Chavez.
Serían las últimas palabras que Chávez pronunciaría en público. Tres meses después su amigo, compañero y casi pupilo sería el encargado de anunciar que el pueblo venezolano no escucharía nunca más sus fervientes discursos.
Vía BBC