Por Mario Villegas
“Huele a azufre”, fue la inesperada frase que soltó el presidente Hugo Chávez al iniciar un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas horas después de que el entonces presidente norteamericano George Bush ocupara el mismo podio en el más alto foro internacional.
Ciertamente, el olor que despedía el gringo no podía ser otro. Aquel gobernante llevaba consigo el tufo de la muerte y de la destrucción. Tres años antes, había hecho caso omiso a los llamados de la ONU y a las súplicas del Papa Juan Pablo II para que no invadiese Irak. Así que el repudiado Bush no sólo era mal visto por la comunidad internacional, sino que había perdido la simpatía de la mayoría del pueblo norteamericano, incluida buena parte de sus correligionarios republicanos, convencidos tras la sangienta invasión de que en Irak no había armas de destrucción masiva y que todo había sido un vil engaño.
Aquella frase retumbó en la ONU el 20 de septiembre de 2006 y meses más tarde, en diciembre, Chávez fue reelegido para un nuevo periodo de gobierno. Todavía le acompañaba la esperanza de sus pacientes seguidores, mientras la oposición, dividida y sin proyecto común, recién retornaba a la vía electoral bajo el peso muerto de sus propios errores y contra la voluntad de algunos comecandela que persistían en soñar con salidas rápidas o de fuerza.
Justo cuando se cumplen seis años del episodio en la ONU, la situación es otra: el olor a azufre se mudó de la Casa Blanca al Palacio de Miraflores,mientras en las calles de Venezuela se respira la grata fragancia de la renovación y el cambio.
Chávez carga consigo la fetidez de la derrota. Su triste campaña es la más clara demostración. Moscas y zamuros bien resueltos y acomodados revolotean a su alrededor, mientras el pueblo chavista respira el gas del malo de una nueva frustración. Se agudiza la hediondez a comida podrida de PDVAL, a guisos rancios en las contrataciones del estado, a viaductos y puentes caídos, a escapes de gas y refinerías incendiadas, a apagones por todos lados, a empresas básicas quebradas, a bolívar fuerte megadevaluado, a hospitales destartalados, a presupuesto público expropiado y malversado, a propiedad privada confiscada, a oficinas públicas partidizadas… El Gobierno apesta a viejo, a ineficacia, a engaño, a corrupción, a autoritarismo, a prepotencia, a militarismo, a divisionismo y a exclusión.
El aroma de victoria se ha instalado y se pasea entre la muchedumbre que en todas partes acompaña la candidatura de Henrique Capriles Radonski, fruto de una correcta política unitaria en la que confluyen los más amplios y disímiles factores políticos y sociales que pugnan por un cambio progresista.El 7 de octubre ese olor irradiará a cada hogar venezolano.
Imagino a Capriles, ya juramentado y con la banda tricolor al pecho, descorriendo cortinas y abriendo ventanales en Miraflores para expulsar todo el azufre y demás fetideces acumuladas y abrirle paso a los nuevos y buenos aires que han de oxigenar el rumbo de una Venezuela de bienestar para todos.