
Por Nelson Algueida
Los Excelentísimos Embajadores sin Embajada (los EE-sin-E) buscan desesperadamente la fórmula para despedir al autobusero antes del 31 de julio.
No, no se refieren al candidato que metafóricamente conduce un colectivo lleno de pueblo, rumbo a un no menos metafórico lugar llamado Progreso. Aunque algunos piensan que también merece el despido, es en ese candidato en quien tienen cifradas sus esperanzas de dejar de ser embajadores de embuste. Los EE-sin-E se refieren, naturalmente, al canciller Nicolás Maduro.
Ña Magda, que es experta en asuntos internacionales y se codea con los EE-sin-E en los cócteles de las embajadas doblemente reales (porque son de verdad y porque allí dan reales), dice que los excelentísimos representantes plenipotenciarios de sí mismos planean defenestrar a Maduro, denunciándolo ante las cortes interplanetarias por crímenes de lesa humanidad. El más reciente de ellos es soliviantar a unos generales paraguayos, cargo que le imputa el democrático y legítimo gobierno del respetable señor Franco.
Bueno, no parece un mal caso. Por menos que eso Estados Unidos ha comenzado varias de sus centenares de heroicas guerras por la libertad. Pero, estemos claros, si Maduro se reunió o no con militares no es lo que en realidad indigna a los EE-sin-E. El crimen de lesa humanidad que amarga las protocolares vidas de estas excelencias de pechera almidonada y paltó levita es que este individuo haya comenzado su fulgurante carrera diplomática en un Pegaso 6424 de la ruta Los Cortijos-Boleíta y ahora esté a punto de darse la lija de firmar, como canciller, el ingreso de Venezuela a Mercosur, un logro de primera magnitud en los anales diplomáticos de Venezuela, digan lo que digan sus ilustrísimas en la tele.
Mientras tanto los EE-sin-E, que en su época de privilegios e inmunidades no se bajaban nunca de un Rolls-Royce Phantom (¡ah, qué tiempos aquellos, ¿cuándo volverán?!), no tienen todavía asegurada una línea en los libros de historia de las relaciones internacionales y deben conformarse con verse en las páginas de Sociales, campaneando whisky… pero preocupadísimos por la caída del país a pedazos.
Ña Magda y los EE-sin-E hubiesen pagado por estar allí presentes, codeándose con los estrategas diplomáticos de la mítica Itamaraty y anotándose un éxito de Estado. Y también pagarían para evitar que Maduro sea protagonista. "No entiendo la suerte que tiene ese chofer -dice Magda, al borde de las lágrimas-. Esas cosas solo pasan en las películas de Cantinflas". Pero sí se entiende: después de deslizar habilidosamente un Pegaso 6424 por los callejones de Caracas -sin rayarlo-, ¿qué puede tener de complicado estacionar a Venezuela en el Mercosur?