
Por Henry Ramírez
María Ángela era una wayuu que no andaba bachaqueando, como tampoco lo hace la mayoría de sus hermanos de etnia y tantos alijunas. Esa ocurrencia simple y pendenciera de asociar wayuu con bachaqueo y delitos fronterizos es peligrosa, injusta, discriminatoria y demagoga. La denunciamos responsablemente. Hay que enfrentarla con todas las armas del estado de derecho y la tradición cultural de convivencia que, antes bien, demanda más integración socio/regional. Pero volvamos al inicio. Era una wayuu de 22 años que estudiaba en LUZ, contaduría, y que, además, trabajaba como tantos estudiantes zulianos. Ya no está y no volverá a la universidad ni a su casa en Ildefonso Vásquez, porque ha dejado su vida, como tantos miles, arrollada por la locura colectiva en que hemos convertido, especialmente las autoridades, transitar por la ciudad.
No es la primera vez que esto ocurre en los accesos de la facultad de Humanidades por los lados de “Maicaito”. Desconocemos los detalles, pero en el fondo es otra muerte que se cobra ésta ciudad y sus desarreglos urbanos de los que ha desaparecido cualquier signo de civilidad y ciudadanía. En una ciudad donde ya no se pinta el rayado para el paso del peatón o del ciudadano de a pie, estamos a merced del imperio del vehículo. Y este manda, mientras más grande más atropellador y altanero; aunque la fauna motorizada que ahora culebrea, haciendo y deshaciendo en pocos años, ha agregado más anarquía a lo que apenas funciona. La mayoría de los semáforos o bien están dañados o bien andan tan desacoplados del orden del flujo vehicular que a duras penas se respetan. Por no hablar de la noche,cuando la oscuridad que reina de norte a sur y de este a oeste agrega un aire tenebroso a lo que debería de ser un deleite ciudadano porque la ciudad se torna más dócil para apreciarla y compartirla. Las calles de Maracaibo son asfalto sin rayado, incluso “petróleo mal echado” como dice la gaita aquella de Chinco Rodríguez. Total que sin rayado que ordene, sin semáforos que frenen, sin cultura ciudadana de la previsión y sin una sola autoridad que imponga orden, Maracaibo es una selva de cemento que devora a sus hijos sin que se levante un movimiento ciudadano de indignación y rabia por la muerte que asoma en cada esquina. Porque no podemos seguir permitiendo como si nada que nos roben la ciudad y que sus mejores hombres y mujeres se inmolen en el insignificante combate diario de cruzar una calle.
Los arrollamientoscomo este y choques entre automotores se repiten a diario en todas las calles de Maracaibo, unos con saldos fatales, otros con una reguera de lesionados y lisiados para toda la vida. Se nos ha convertido en un problema de salud pública. Los maracaiberos tenemos un serio problema de convivencia y el alma ciudadana anda triste sino envenenado. No sabemos si las autoridades competentes llevan algunas cifras o estadísticas sobre todo esto, pero por las informaciones que salen a la luz pública y seguramente las que no se conocen deben ser muy altas especialmente los fines de semana.
¿Cómo hemos llegamos a esto?¿Acaso la Alcaldesa de Maracaibo no ha reparado en el comportamiento del transporte público en la ciudad, de los taxis y los moto/taxistas?Ni hablar del particular. Todos infringiendo las leyes de tránsito, sin que el IMTCUMA y la Policía Municipal se den por enterados. ¿Quién les da licencia para conducir a tanto joven ignorante de las reglas y normas de tránsito? Hay varios factores que influyen en este grave problema que sufre la sociedad maracaibera. El aumento desmedido del parque automotor, la falta de un sistema de transporte público adecuado, la inexistencia de un plan de movilidad urbana y de cultura ciudadana, la falta de control y dirección de las autoridades del transporte y del tráfico, sobre todo del gobierno municipal sin que esto exima las responsabilidades del Instituto Nacional de Transporte Terrestre (INTT) y de las autoridades regionales.Es urgente un plan de movilidad para Maracaibo asociado a la siembra de cultura ciudadana. Basta ya de inmolaciones y sacrificios como el de María Ángela. A su familia nuestro pesar, acompañamiento y solidaridad.



