Por Vicente Díaz
Una vez que el voto está emitido en la máquina de votación no hay forma de alterar la voluntad del elector. El problema es antes, el problema es el medio ambiente en el que se va gestando esa voluntad.
No existe ser humano sobre la tierra que no sea influenciable por las condiciones en las que le toca actuar. Ese medio ambiente está administrado y tutelado principal, aunque no exclusivamente, por el CNE. Y ese medioambiente es aplastantemente desequilibrado e injusto.
Se participó en el registro biométrico para misiones como la de la Gran Misión Vivienda y luego no sólo se pone una captahuella en cada mesa sino que se hace énfasis comunicacional en la conexión entre la captahuellas y la máquina de votación; sin contar la cuña en TV donde el número de CI del elector gravitaba sobre éste durante todo su acto de votación. O el folleto masivo donde se despejaban dudas sobre el sistema de votación pero al que se le eliminó el aparte dedicado al secreto del voto. ¿Se trataba de sembrar dudas sobre el secreto del voto?
En la normativa de campaña se establece un tope de tres minutos diarios para la publicidad electoral ¡pero se decide que la promoción de la obra de gobierno no es publicidad electoral! Es decir, el gobierno no tiene límite alguno para vender su obra de gobierno pero sus adversarios sólo tienen tres minutos para criticarlo y vender su propia oferta. ¿Se favorecía una exposición ventajista de la oferta oficial del gobierno?
¿El RE electoral se cerró igual para todos los ciudadanos? ¿Los venezolanos en el exterior participaron en igualdad de condiciones? ¿Las fechas del cronograma que afectan derechos han sido inamovibles? Y las preguntas pueden seguir, son muchas, no sólo para nosotros en el CNE, también para el resto de los poderes públicos. Y la respuesta a todas fundamenta la afirmación de que las elecciones en Venezuela no reúnen el requisito de igualdad y equidad inherente a la vida republicana.
Sin embargo, cuidado: pensar que las elecciones se ganan o se pierden sólo por eso, es no entender nada. La actuación del Consejo beneficia al gobierno, pero no se olvide que los segmentos D y E de la población representa el 80% de la población, y que el gigantesco gasto social del gobierno ha estado concentrado en ese segmento. Y no es sólo el gasto. Hay un afecto genuino en los sectores más humildes por el actual mandatario: les habla a ellos y habla por ellos. Desconocer esto es equivocar la política.
Pero volviendo al tema, cuando el árbitro también juega, hay que cambiar al árbitro. Eso no es posible antes de Abril del año próximo que se nos vence el período. Allí es cuando la gente que no quiera votar ahora debe pararse y pensar: si no hubiesen votado en el 2010 un sólo partido podría volver a designar a los rectores a su buen saber y entender, como pasó en el 2006 y 2009 por el parlamento derivado de la abstención del 2005. Hoy ningún partido puede imponerse. Nadie tiene votos en la Asamblea Nacional para nombrar al nuevo CNE, así como no pueden nombrar al nuevo contralor. Tienen que ponerse de acuerdo. He ahí la importancia del voto.
Y de aquí a abril qué se hace, me preguntan algunos. Tres cosas: uno, votar masivamente; los resultados de una elección no se extrapolan a la siguiente. El presidente ganó en el 2006 y perdió en el 2007. Dos, luchar para procurar medio ambiente y garantías electorales lo más adecuados posibles. Tres, no convertir al CNE en el centro del debate político. A muchos les conviene hablar más del árbitro que de apagones, basura o inseguridad.