Por Ángel Lombardi
El siglo XIX venezolano, según Mariano Picón Salas, terminó en 1935 con la muerte del dictador Juan Vicente Gómez; analógicamente podemos afirmar que el siglo XX en nuestro país termina con la salida del poder del actual gobernante, anacrónico y camaleónico personaje que ha presidido uno de los gobiernos más ineficaces y corruptos de nuestra historia moderna.
Más allá de opiniones y analogías lo que sí debemos plantearnos los venezolanos en este crucial año electoral, 2012, es que ya estamos transitando el siglo XXI y que el 7 de octubre, sin lugar a dudas, la decisión va a girar en torno a elegir un candidato del pasado o un candidato que, de alguna u otra manera, logre crear algunas expectativas válidas de futuro.
El candidato de la unidad opositora pareciera haber entendido cuál es su compromiso más importante; por un lado su edad lo ayuda, pero igualmente lo hace su sensibilidad generacional, por lo menos eso se desprende de sus palabras y discursos. No nos promete un nuevo caudillo, ni un hombre providencial, sino un liderazgo de equipo, de participación, diálogo y consenso. Igualmente habla de soluciones racionales y de sentido común frente a nuestros ingentes y urgentes problemas.
Cree y practica el gobierno con las soluciones tecno-políticas correspondientes y en una gobernabilidad sustentada en el diálogo, el respeto y los consensos necesarios. Tenemos la posibilidad y la oportunidad para ello, ya que contamos con el capital humano, solamente hace falta convocarlo.
Hay que evitar el sectarismo y no seguir confundiendo Estado y gobierno. La burocracia tiene que ser profesional, de carrera y no partidista. El otro candidato, el oficialista, empecinado en no abandonar el poder, sigue obcecado en el discurso del odio, de la división y el mal gobierno. Su promesa más reiterada es el gobierno autoritario y la arbitrariedad de la ley hecha y administrada a la medida del gobernante.
El gobierno moderno se define desde la gerencia y la administración y el liderazgo no es otra cosa que la capacidad de construir consensos desde el equilibrio y con un fuerte anclaje en lo ético que comienza y se expresa desde el lenguaje y la conducta de todos y particularmente del gobernante.
El 7 de octubre no puede ser producto de una confrontación estéril sino de una acompaña electoral que privilegie el futuro sobre el pasado y que a pesar de las provocaciones, abusos y ventajismos del poder actual se mantenga por lo menos de parte de la oposición y su candidato en la línea estratégica del proyecto democrático y el desarrollo progresista de nuestro país.