En Venezuela, los derechos laborales se pelean con uñas y dientes o simplemente se pierden. Así lo atestiguan quienes cada día se acercan a la sede del Ministerio del Trabajo en Maracaibo, desde las 8:00 de la noche, para empezar a ser atendidos al día siguiente, a partir de las 8:00 de la mañana, 12 horas después.
A muchos les parece que quienes van llegando antes de la medianoche para asegurar un puesto entre los primeros 20 exageran, pero eludir la vigilia podría significar haber perdido el día: apenas se reparten 50 números, y luego otros 10, o hasta 20, pero estos últimos esperan sin garantía de ser atendidos en esa jornada.
Por eso, Juan llegó a las 11 de la noche del lunes, para ver el alba del siguiente día apostado frente al edificio. Su cédula termina en 1, y para saber cuánto le correspondía por concepto de prestaciones solo podía ser atendido los martes, igual que las personas con terminal en 6.
La penumbra arropaba el edificio Lisboa en la avenida 5 de Julio, sede de la oficina gubernamental, cuando se escuchó la voz de Juan con la misma pregunta que todos lanzan al llegar: «¿Quién tiene la lista?».
Alrededor, varios que yacían en el suelo sobre colchas traídas de sus casas, para garantizar una pernocta menos tortuosa, casi dando la impresión de indigentes le señalaron a una mujer morena que reía con desparpajo a ratos, aunque las frases que escuchara no resultaran tan graciosas.
Era una recién desempleada que había tomado la iniciativa de anotar, como cada día lo hacía el primero que llegaba, «pa’ que no se forme el despelote». Juan escribió su nombre y cédula en el papel arrugado, para luego sentarse al borde de la jardinera. Le tocó el número 15.
Pocos minutos después, un hombre rompió el silencio: «Yo soy personal de seguridad. Mi jefe me la aplicó porque dice que en un año no puedo ascender, que a él le costó cuatro años y que yo tengo que largar la verga». Se llamaba Pedro.
Relató, además, cómo descubrió que su superior se quedaba con el dinero que la empresa disponía para el personal de una presunta contratista, y por eso también aquel hombre quería «salir de él».
Cada quien guardaba su historia, como esperando el turno para sorprender al resto. Venían para solicitar cálculos de prestaciones, exigir reenganches, denunciar desmejoras, entre otros asuntos.
De pronto, en cuclillas frente a los que estaban en la jardinera, Andrés, oriundo de San Antonio del Táchira, asentado en la tierra del Sol amada desde hace décadas, tomó la palabra. Era un poco difícil entenderle, porque hablaba como quien no quiere que se entere el patrón.
«Yo trabajé 15 años en una empresa de encuadernación, imprimiendo tapas, empastando libros. Nunca me dieron un recibo de pago, nunca estuve inscrito en el Seguro Social. En mayo renuncié, pero quiero que me reconozcan ese tiempo, esas cotizaciones que nunca se hicieron».
Luis, joven empleado de una panadería, lo atajó: «Hermano, eso va a estar arrecho, si no tenéis ni un recibo de pago, nada que demuestre que estuviste ahí todos esos años». Andrés replicó: «Hay facturas con mi letra, hay testigos».
Juan se animó a participar. «Yo vengo a denunciar desmejora, porque mi jefe la agarró conmigo. Soy periodista y trabajo para un diario, pero empecé a escribir también para una revista. El jefe dice que yo no puedo hacer eso y me quitó del cargo que tenía”.
Cuando Andrés escuchó el nombre del rotativo saltó: «Nosotros hacemos trabajos para ellos; los tomos para la hemeroteca, son azules, con letras doradas». Luego, olvidando el drama de Juan, Andrés siguió contando emocionado cómo cosía los tomos a mano, de una manera que solo él sabía.
Luis lo interrumpió: “A mí el mardito portugués ese no me va a joder”. Se refería al dueño de la panadería donde labora. “Nos paga una miseria, hay muchos que se endeudan con él, porque le piden prestado, él les da, pero en la quincena les descuenta hasta la mitad del sueldo”.
Indignado, Luis prosiguió: “Si le cae una inspección seguro le clavan una multa: Nosotros mismos le hemos exigido que contrate personal de limpieza, porque las chiripas caminan por las bandejas, si una chiripa de esas se queda en la masa del pan, la gente le reclama es a uno”.
Además de las deficiencias de higiene, el muchacho contó: “Tiene unos viejitos ya pensionados trabajando por fuera de la nómina, pagándoles menos de sueldo mínimo. Ese portugués es un hijo ‘e puta”, aseveró.
Mientras tanto, Pedro relataba sus anécdotas como agente de seguridad en tiendas. Había sacado un carnet del Irdez (el Instituto Regional de Deportes del Zulia) que lo acreditaba como parte de la selección zuliana de wushu (deporte de exhibición y contacto, derivado de las artes marciales chinas).
Captaba la atención de todos haciendo movimientos de la disciplina, coreografiando peleas, y varios le preguntaban sobre las diferencias entre los estilos de actores como Bruce Lee, Steven Seagal y Jean Claude Van Damme.
Escuchaban en silencio. La mujer morena que tenía la lista había repartido café gratis. “Eso solamente lo hago yo que soy güevona, todo el mundo lo vende”, dijo, y en seguida soltó una nueva carcajada.
A pocos metros, una señora buscaba un lugar para orinar. Las damas eran las más perjudicadas en este aspecto de la vigilia. Tras dar varias vueltas de reconocimiento, decidió salir del apuro en la entrada del estacionamiento de un edificio cercano.
En esos instantes, Juan comió unas galletas que había llevado “para amortiguar” y bebió un poco de agua, también como parte de la provisión. Se levantó para estirar las piernas. “No se ablanda la jardinera”, comentó un joven de nombre Diego, mientras se sobaba las nalgas acalambradas.
Contó que trabajaba en un club social ubicado en la urbanización Virginia. Se quejaba de que los socios en la directiva solo se enriquecían y explotaban a los trabajadores.
“A varios en el departamento de contabilidad los sacaron del seguro médico privado, entre otras cosas que han hecho para obligarlos a renunciar. Unos ya se han ido. Otros han venido a pedir una inspección, pero tenemos meses esperando que vaya alguien del Ministerio”, narró Diego.
Así pasaron las horas. Ya el día estaba claro, cuando cercanas las 7:00 de la mañana salió del edificio gubernamental uno de los empleados que, al parecer, duerme dentro. Recibió la lista de manos de la mujer morena, chequeó que los terminales de cédula correspondieran al día. Los lunes reciben a los 0 y 5, los martes a los 1 y 6, los miércoles a los 2 y 7, los jueves a los 3 y 8, y los viernes a los 4 y 9.
Ya junto a otro compañero, el funcionario mandó a alistarse para hacer la cola. Nombraba a los de la lista y repartía los tiques con su número. Antes advirtió que daría 10 “prioridades”. Se trata de números para personas de la tercera edad, con discapacidad o embarazadas.
Juan terminó, entonces, en el puesto 25. Ya a las 8:00 de la mañana hicieron pasar a los primeros 30. Se sentaron en las sillas azules dispuestas en filas. Lo demás le pareció rápido, en comparación con las casi 10 horas que habían transcurrido.
A las 11:00 de la mañana lo atendió el funcionario Perozo. Cuál sería la sorpresa de Juan cuando el empleado le preguntó: “¿Eres trabajador activo? Entonces no te puedo hacer el cálculo de prestaciones, porque debes haber sido despedido o haber renunciado”.
A Juan le parecía aquella medida absurda, pues a los trabajadores lo que les interesaba es que “no los fregaran” antes de renunciar, por ejemplo. Pero no hubo manera de rebatir la negativa de Perozo.
Sin embargo, Juan aprovechó y subió al nivel superior de la sede, donde solicitó una inspección para la empresa donde laboraba. “Hay exceso de horas extras, nos parece que no se está cumpliendo el descanso compensatorio”, fueron algunas de sus quejas, que el funcionario diligentemente anotó en una planilla.
Le dijo: “Lo normal es que en 15 días proceda la inspección, pero hay muchas solicitudes en cola”. Con esa advertencia, Juan se retiró. Ya habían pasado más de 12 horas y no dejaba de preguntarse cómo era posible que un ciudadano venezolano se viera obligado a semejante aventura para hacer valer sus derechos.
Para sus adentros repetía: “Con uñas y dientes, así hay que pelear en este país”.
Hiram Aguilar Espina
@aguilarespina