
La nación caribeña de Jamaica se enfrenta a una crisis humanitaria masiva tras el paso del huracán Melissa, un fenómeno de categoría 5 que tocó tierra con vientos de hasta 300 km/h y que es considerado uno de los más intensos de las últimas décadas en la región. El Gobierno jamaicano ha activado un plan de emergencia, pero ha declarado que la magnitud del desastre ha superado las capacidades de respuesta locales, por lo que hace un llamado urgente a la comunidad internacional para recibir asistencia inmediata.
Las cifras preliminares indican que el huracán ha causado al menos 32 muertos, un número que, según las autoridades, podría aumentar significativamente, ya que numerosas zonas, especialmente en la provincia de Westmoreland, permanecen incomunicadas y el acceso para la ayuda humanitaria sigue siendo limitado.
Dana Morris Dixon, ministra de Información, confirmó que «el número de víctimas podría aumentar», destacando que ocho casos adicionales están pendientes de confirmación. Mientras tanto, miles de familias se encuentran desplazadas y sin acceso a recursos básicos como alimentos y agua potable.
La destrucción material es catastrófica. Las estructuras de madera han sido borradas del mapa y hasta los edificios de concreto han sufrido daños severos. Pearnel Charles Junior, ministro de Trabajo de Jamaica, informó que los helicópteros son la única vía para llevar suministros a unas 25 comunidades que permanecen aisladas.
Los testimonios desde el terreno reflejan la desesperación. Tackeisha Frazer, residente de una zona afectada, clama: “Necesitamos toda la ayuda posible. Hay muchas personas que no tienen dónde dormir ni qué comer”. Millicent McCurdy, una voluntaria, enfatizó que la población necesita «ayuda con urgencia», haciendo un llamado directo a la solidaridad global.
La comunidad internacional ha comenzado a movilizarse para brindar apoyo. No obstante, los esfuerzos para restablecer servicios esenciales como la electricidad, el agua potable y la atención médica tomarán meses. El huracán Melissa no solo deja una tragedia inmediata, sino que también subraya la vulnerabilidad de la región ante los fenómenos del cambio climático, haciendo de esta una emergencia que requiere una respuesta global sostenida para salvar vidas y comenzar la ardua labor de la reconstrucción.
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