La incertidumbre arropa a la Universidad del Zulia ante un escenario que consideran adverso: a pesar de las luchas reivindicativos, pocos son los escaños que se han subido para concretar un diálogo certero con el Gobierno nacional, según ha reiterado el personal docente, obrero y administrativo de la institución.
Desde el periódico de la Universidad del Zulia se realiza una lectura de la situación desde el análisis del profesor emérito Álvaro Márquez Fernández, en una entrevista realizada por el periodista Johandry Hernández.
A continuación lea la entrevista completa:
Su tono de voz pausado no es proporcional con la provocación de sus ideas. En las clases de sus seminarios del Doctorado de Ciencias Humanas de LUZ se le ve con un maletín a cuestas en el que guarda a los cómplices que lo secundan en su proyecto político. Uno a uno saca y presenta los libros de sus autores amigos de distintas partes del mundo: “En América Latina tenemos todo un proyecto por construir, centrado en el sujeto, en la ética intercultural”. Sueña. Es utópico.
Mientras en la academia pulula un aire de decadencia, desgano y desinterés, él se aferra a la edición de la revista Utopía y Praxis Latinoamericana, catalogada por el Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología como una de las mejores del país en Ciencias Sociales. Ha sido un trabajo constante durante 18 años. Quien quiera entender el proyecto político y social de este académico, en ella encontrará las pistas.
Para iniciar el debate, desde el periódico La Universidad del Zulia preguntamos: ¿Tiene salvación la universidad pública venezolana? El doctor Álvaro Márquez Fernández, filósofo y profesor emérito, ofrece una lectura sosegada sobre la incertidumbre, lo que significa hacer investigación en medio de la precariedad financiera. Su voz, distante del chillido del discurso político actual, centra su atención no solo en lo urgente (la precariedad financiera y presupuestaria, los sueldos deficitarios), sino también sobre cómo pensar la Universidad que necesita el país. Mientras en la academia pulula un aire de decadencia, desgano y desinterés, él se aferra a la edición de la revista Utopía y Praxis Latinoamericana, catalogada por el Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología como una de las mejores del país en Ciencias Sociales. Ha sido un trabajo constante durante 18 años. Quien quiera entender el proyecto político y social de este académico, en ella encontrará las pistas.
¿Es viable este modelo de Universidad que tenemos en Venezuela, dependiente exclusivamente del Estado?
— La Universidad en la que yo laboro, en la que existo, de la que formo parte en el ideario institucional es la misma que desde hace 30 años viene con un proyecto de educación pública, autónoma, que en casi su totalidad ha fracasado, porque no ha dado los resultados óptimos ni ha creado las expectativas para el desarrollo científico y humanístico. Esta situación desalentadora ha sido desbordada por la diatriba política y por coacción sindical, laboral, por la ideología y la retórica del partido. La Universidad tiene que remozarse como una sociedad de investigación, tiene que optar como alternativa por ese cambio profundo que implica luchar por una construcción de las ciencias, las humanidades, la ética, la política puertas adentro. Necesitamos repolitizar la gestión de investigación para tener representación institucional.
¿A qué atribuye ese fracaso institucional que usted menciona?
– La Universidad ha sido engullida por el problema público de la política del presupuesto, del cerco económico y de las relaciones de fuerza, un tira y encoge que implica la forma en cómo un Estado controla la educación superior. La universidad ha quedado al margen, ha sido periférica de las grandes obtenciones del Estado venezolano a través de la plusvalía. La investigación ha sido marginada, restringida por falta de financiamiento. Ha sido una decisión política más que una decisión científica. Es un fracaso institucional frente a la política pública del Estado. Necesita potenciar su desarrollo científico para lo cual tenemos suficientes recursos humanos.
¿Es posible una reivindicación de la universidad ante una crisis tan profunda?
– La Universidad tiene que dar una lucha frontal por reivindicarse, por relegitimarse políticamente en un espacio de acción ciudadana en el que la educación pública esté en manos de quienes en este país hacemos las ciencias sociales. Es un hecho constatable internacionalmente, las universidades del mundo están invirtiendo en su capacidad científica y su transformación política, así que la universidad tiene que convertirse en un actor más del desarrollo científico nacional. La universidad ha quedado al margen de ese compromiso de producción científica del país, de la producción y el consumo para industrializarse.
¿Cuál es su idea de universidad pública?
– Hay una tergiversación crónica y anacrónica de lo que significa la universidad pública. Se supone que la universidad pública es un modelo de ingeniería social que implica que un beneficio específico para el Estado. El Estado rentista está esperando algo de retorno en términos de pérdida y ganancia sobre los resultados en los que la universidad se basa para producir y para generar su conglomerado educativo. La universidad pública requiere formar una cultura de conciencia política.
Vemos que prevalece una situación de abandono de la universidad venezolana. ¿Cuál es el ánimo de los investigadores en este momento?
– Estamos en una situación sombría, de penumbra, de claroscuro. La universidad, políticamente, no visualiza claramente cuál es su destino. Puertas adentro no hay falta de capital intelectual, sino de la deliberación que tenemos que tener para lograr un diálogo ante el Gobierno, que aclare la presencia de la universidad en un modelo de gestión pública y asumir su rol como actor social, porque la universidad está marginada ante cualquier decisión política de envergadura, el Gobierno no la convoca.
¿Está en peligro la competitividad de nuestra investigación?
– La investigación que hacemos es muy aleatoria, solitaria, depende de un actor que la ha minimizado. Optar por nuevas generaciones solícitas, motivadas para el cambio de paradigma en la universidad es cada vez más difícil, los estímulos son precarios. Incluso, investigadores consolidados han dejado de lado este esfuerzo de voluntad, han desasistido a la universidad de esfuerzo grupal y colectivo. Ante este panorama, la universidad no puede perder su perspectiva utópica, trascendental del conocimiento como transformación científica, humana. Ante la precariedad financiera, las redes internacionales oxigenan mucho para asumir nuevos retos de investigación.
¿Cuál es su diagnóstico sobre las universidades públicas en América Latina?
– En un sentido estricto, sin el apoyo del Estado y de los convenios externos, las universidades de América Latina tienen sus días contados, están predestinadas permanentemente a un espacio de incertidumbre y perspectiva de futuro. La capacidad de respuesta está asociada a una integración en otras redes de investigación para ayudar, tal como lo ha hecho la Unesco, a crear una nueva forma de gerenciar el financiamiento de la investigación a una sociedad de conocimiento. En algún aspecto, una que otra universidad de Chile, México, Brasil, Argentina está asociada en red y goza de financiamientos externos que permiten que las investigaciones tengan una difusión internacional y afianzar la receptividad. Esta es una tarea entre nosotros que está por hacerse. Necesitamos redes telemáticas para la difusión del conocimiento científico.
Johandry Hernández/Universidad del Zulia