El 8 de septiembre de 1529 llegó a lo que hoy es Maracaibo un explorador alemán llamado Ambrosio Alfinger (Ambrose von Alfinger), nacido en la Ciudad Imperial Libre de Constanza, Sacro Imperio Romano Germánico, en 1500. Tenía, pues, 29 años cuando llegó a ese lugar, a orillas del Lago y, al encontrar una aldea de indígenas, declaró que, en lo sucesivo, allí se levantaría la villa de Maracaibo. Este hecho ha sido puesto en duda por diversos historiadores, pero la fecha ha quedado. En realidad, ha quedado como la primera y quizá mítica fundación de la ciudad, que luego tendría dos más. El caso es que, con tan temprano establecimiento (aunque sea como patronato de cuatro gatos europeos que no tardarían en irse), Maracaibo reclama su pertenencia a la exclusiva liga de las primeras ciudades de Venezuela.
Antigua, grandiosa y singular. Quizá por eso, uno de los ¿chistes? más repetidos en Venezuela es el de la “República del Zulia”… Muchas cosas se aprietan en ese saco, empezando por el chauvinismo zuliano y su amor por la hipérbole, pero también, más al fondo, yace un viejo conflicto del todo legítimo: la inconformidad por el encaje de la región en el contexto nacional.
Mientras el resto de las regiones, o muchas de ellas, aceptaron sin chistar su incorporación al país, la provincia de Maracaibo siempre se permitió valorar si la unión con Venezuela le convenía o no. Tenía todo el derecho de hacerlo, puesto que su historia política, económica e institucional había sido un proceso propio e independiente. Durante los siglos de pertenencia al imperio, esa provincia estuvo bajo el mando nominal tanto de Santa Fe de Bogotá como de Caracas o Santo Domingo; y hacia el final del dominio de España, fue Capitanía General ella sola. Era una pieza que podía encajar con distintos proyectos de nación; o bien, funcionar por sí sola, puesto que la geografía le había impuesto la necesitad de autoabastecerse o desaparecer. También es cierto que desde el mítico viaje de Alonso de Ojeda con Juan de la Cosa y Américo Vespucio, quien, al entrar al Lago se inventó el nombre del país, Maracaibo y Venezuela se convirtieron en una idea inseparable, una sola cosa. Estamos hablando del final del siglo XV nada menos.
En el XIX, ida España de nuestras costas, el diálogo interno derivó, en más de una ocasión, en gritos e incluso en cañonazos. La máxima tensión se alcanzó en 1869, cuando el caudillo maracaibero Venancio Pulgar, que venía abogando por la independencia fiscal y política de la región, desconoció al gobierno nacional de Caracas y proclamó la autonomía del Zulia. Muy poco duró el berrinche de Pulgar, pero para la historia quedó aquel documento en el que osó escribir: “¡Viva la independencia de Maracaibo!… ¿Qué puede unirnos ya a esa República (Venezuela) contradictoria que soporta humillada con la resignación del esclavo vil, una dictadura que se organiza como para ser interminable, sin vergüenza ni temor de la historia? (…) Rompamos los lazos: ¡Proclamemos la Independencia de Maracaibo!”.
Esta perla ha envejecido de manera similar al cine mudo, con entrañable ridiculez. Mucho iba a cambiar aquel país de caudillos con grandes bigotes; y los zulianos dejamos atrás a Pulgar como el tío del pueblo, ese que de vez en cuando se sube a un árbol a gritar disparates, y decidimos más bien convertirnos en cabeza de la venezolanidad. La anécdota de la fugacísima independencia transmutó en el regionalismo que alimenta gaitas y anima el béisbol, eso sí, sin dejar de recordar que Venezuela le debe al Zulia, a Maracaibo, como mínimo, carreteras a granel con morocotas de canto.
Todos estos años, cada vez que a alguien, en alguna exaltación cervecera, le daba por salir con el tema de la independencia de Maracaibo se le administraba una ducha, un caldito y cama. Esa vieja pataleta, le recordamos, viene de cuando Caracas “nos quitó” la aduana en tiempos de Pulgar y se engordó cuando después Antonio Guzmán Blanco juró convertir a Maracaibo en una playa de pescadores, pero todo eso quedó atrás y más vale no jugar con ese fuego, no vaya a ser que nos pase como a España, donde hasta hace nada había quienes mataban a los demás por regionalismo, que allí lo llaman nacionalismo, y lo carga el diablo.
Pero qué le dice uno ahora al furioso, al exaltado, al exhausto habitante de Maracaibo cuando desempolva las viejas estrofas, acorralado, acogotado por una dictadura que sin disimulos odia a esa región y se ha propuesto su desaparición. En cualquier página de Facebook es ahora frecuente toparse con encendidas proclamas de las que citaremos solo una tomada al azar: “Si el maltrato del cual es víctima el Zulia por parte del gobierno venezolano no es razón suficiente para iniciar un movimiento separatista, entonces nos lo merecemos por pendejos”.
Cómo lo convencemos ahora de que ahí, quien habla, es la rabia de verse obligados a vivir sin agua, luz eléctrica, gas, efectivo, gasolina, medicamentos ni comida, o el dolor de haber tenido que salir a mendigar para enterrar a tantos que no deberían de haber muerto, o de ver partir a todo el que puede buscar la manera de escapar. Cómo lo persuades de que seguir siendo Venezuela es buena idea y le conviene. ¿Qué idea resulta más desgarradora, Maracaibo sin Venezuela o Maracaibo sin vida, sin Maracaibo?
La grieta sigue ahí y crece más o menos callada. Quién sabe si estamos a las puertas de una cuarta y definitiva fundación de la ciudad portuaria que a siglos de su precaria instauración inaugural sigue voseando y sigue exigiendo el fin del centralismo.
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Via Agencias/Diario Republica