De pronto un grupo de mujeres la rodearon. Ella es blanca “Alijuna” en lengua indígena. Una de las wayuu sacó una navaja y se la mostró, allí sintió el temor. Isabel Andrade (Nombre sustituto de la fuente por seguridad) hacía la kilométrica cola para comprar en el Supermercado Latino de La Coromoto, en San Francisco. Ya, a pocos metros de la entrada vivió la amenaza cierta de los “Bachaqueros”.
La ciudadana decidió contar a Diario República la historia bajo un nombre ficticio. “Los bachaqueros me sacaron de la cola del supermercado a punta de navaja”, dijo con un tono entrecortado en el que se le notó impotencia y temor, una mezcla insana que inocula a los blancos y podría estar ya transformando su visión sobre el pueblo wayúu.
Llegó temprano al establecimiento luego que su esposo, un reportero profesional de la ciudad, le informara que habían los productos básicos y le pediría que hiciera una compra mínima para aprovechar la existencia.
Llegó cerca de las 7:30 am y ya la cola estaba armada. Había chance aún, “no estaba tan larga”, dijo Andrade.
De primeras estaban las mujeres de la etnia, con sus mantas y cabellos sueltos, una simbología originaria tocada ahora por las mafias más corruptas con tentáculos desde Colombia, realidad aceptada por el mismo Gobierno Regional.
Había calor, pero calor tempranero. No era intenso aún. Compra un cepillado para refrescarse un poco, y decide sentarse en el borde de la acera. “El que espera lo mucho espera lo poco, dice la Biblia”, expresa Isabel.
Estaba decidida a comprar. Isabel observa cómo se mueven las contrabandistas, hablan en su lengua, escriben en un papel, como pasando lista de las asistentes. Alguna que otra palabra en español se cuela, pero no son muchas. Ya no presta atención. Está sola entre ellos, los otros blancos están muy atrás, han llegado tarde. Ella se mantiene en su puesto.
Mira de un lado a otro, ya han pasado dos horas. El calor es más fuerte y ha olvidado la sombrilla. Pocas guajiras llevan una, aguantan sol bajo las mantas y sus rostros se tornan brillantes. Hay niños que les acompañan y ven las colas como un momento de encuentro con otros iguales. Son viajes desde sus ranchos, lo disfrutan. Pero no sus hijos, ellos están en casa, lejos de ese inclemente escenario.
Su esposo le había dicho que se cuidara y que no fuese a pagar ni un bolívar por los puestos de delante. “En esos guajiros no se puede confiar, pendiente Isabel”. Los Bachaqueros han construido todo un negocio en las colas. Desde la noche anterior ya guardan los primeros puestos y los “engordan toda la madrugada”. A 200 Bolívares se venden entre los primeros 20, de allí en adelante la cantidad baja, todo se tranza por teléfono o en el sitio. Los datos que el esposo de Isabel le ofrece son testimonios de los mismos trabajadores del supermercado que ven el negocio de cerca. Similares situaciones ocurren, según historias de vecinos, en el Centro 99 de San Jacinto, lo que deja la ventana abierta para una investigación.
Isabel no paga y ya está entre las 20 próximas que pasarán. Hay un vigilante en la puerta, el hombre está en su mundo, solo hace gestos con su mano para indicar la entrada y con la misma detiene el flujo de gente.
Son las 11:15, buena hora para llegar a casa, “Me da chance aún de hacer el almuerzo a tiempo”.
No supo cómo y en qué momento, pero al levantar la cabeza ya estaba rodeada, las mantas guajiras ondeaban cerca de ella. Un joven wayúu de bigotes escasos y frente grasienta acompañaba a las mujeres, una de ellas sacó la navaja y allí sintió el temor. “Arranca mardita que este puesto es de nosotros”, retumbó en claro español.
Isabel Andrade es la primera ciudadana que se propuso hablar. ¿Cuántas veces al día ocurren este y otros delitos en esas colas incontrolables?
Redacción DiarioRepública