
Pocas personas que residen en los barrios José Felix Ribas y Carmelo Urdaneta, al oeste de Maracaibo, comentaron entre dientes a qué hora fue encontrado el cadáver de un hombre a escasos tres metros de una cañada llamada Fénix.
Unos dicen que fue a la una de esta madrugada. El cuerpo de aquel hombre de piel blanca lucía bien vestido con ropa casual, algunas de esas prendas de la marca Tommy,. Para cuando llegó el equipo de sucesos de NAD ya no tenía calzados. Un desadaptado madrugador los había robado y sus pies sólo lo cubrían unas medias grises. Al parecer estuvieron a punto de llevársele además su jean y su franela. Le quedaron a medio cuerpo. Los “carroñeros humanos” lo dejaron quieto como si alguien los hubiese visto.
Finalmente así quedó el cuerpo. Boca arriba con su brazo derecho cubriendo parte del rostro. Curiosos hacían el esfuerzo por identificarlo pero no lograban hacerlo. Nadie sabía de él. Era un extraño para todos menos para un jugador de futbol que pasaba por el sitio. Al llegar no dudó en exclamar, ¡Marlon!. Con la misma se marchó sin marcar su destino.
Mientras tanto las decenas de ojos que miraban en cadáver sacaban sus conclusiones. Quienes viven cerca de la cañada aseguraban no haber escuchado disparos en la madrugada y que lo más probable era que lo había arrollado un auto; por ello brotaba sangre de su cabeza y rostro. Tanta que corrió hasta formar una nefasta figura abstracta.
Cerca de las 7:30 de la mañana una camioneta Blazer llegó y por la manera de frenar todos quienes estaban allí presumieron que se trataba de parientes del occiso. Confirmaron su apreciación cuando dos mujeres y tres hombres bajaron del vehículo y corrieron hasta donde estaba el cadáver. En segundos esas cinco personas estallaron en llanto. El dolor se apoderó de los recién llegados. El mayor de los tres hombres dijo llamarse José Baez y ser padre del muerto. “Mi hijo es un muchacho sano…es futbolista, trabaja, tiene dos hijos y la mujer embarazada”, comentó llorando refiriéndose al cadáver que estaba a su lado a quien identificó como Marlon González, de 23 años.
Un hermano de esta víctima, quien manejaba la Blazer, explicaba igualmente entre lágrimas no entender que había pasado con Marlon. No sabía si lo habían matado o arrollado un carro. Mientras hablaba, una mujer obesa, de quien se supo luego es prima de Marlon, acariciaba el cuerpo y la sangre le pintó su rostro.
Durante diez minutos el cuadro de todos estos deudos llorando conmovió a buena parte de los vecinos de esas barriadas que no se despegaban del rededor del cuerpo sin vida aprovechando que ningún funcionario policial se encontraba en ese lugar.
Pero de repente las voces entrecortadas y cargadas de dolor fueron disminuyendo sus decibeles como si le hubiesen bajado el volumen a un equipo de sonido. Una llamada cambió todo ese escenario. Marlon González no era a quien lloraban, estaba en su casa del barrio 12 de Marzo acostado pasando “el ratón”, afirmaba el interlocutor de aquel celular. Se había levantado al escuchar gritos frente a su casa. Varios de sus familiares habían ido hasta su residencia a darle la triste noticia de su muerte a su esposa embarazada. “! Qué está pasando Dios mío ¡”, gritó el sorprendido joven. Todos quedaron con la boca abierta al verlo vivo y se le fueron encima para abrazarlo mientras le contaban lo de su presunta muerte.
Tuvieron que pasar cinco minutos para que uno de los parientes de Marlon, concretamente la mujer robusta, se retirara del sitio. Miraba una y otra el cadáver para asegurarse que no era su primo. Lo propio lo hacía otra mujer que había llegado en la camioneta. Tanto parecido las confundía y así se marcharon con ayuda de dos hombres tomadas de los brazos como quien se despega de un féretro en cuyo interior se encuentran uno de los seres más queridos.
Vía NAD / www.diariorepublica.com